La protección de la casa y sus pertenencias, de las personas y sus ganados, fue una preocupación siempre presente en la sociedad tradicional. Los gruesos muros y las cubiertas podían proteger la casa de la lluvia y los elementos; las piedras del rayu sobre el tejado -piedras muy pulidas que se creía, arrojaban los rayos al caer, por lo general hachas neolíticas- alejaban de la casa este fenómeno; pero en la mentalidad popular existían aún otras fuerzas intangibles de carácter negativo que podían afectar a las personas, al ganado, a las cosechas: brujas, aojamientos, espíritus malignos... que, según sus características, se conjúraban en la sociedad tradicional asturiana mediante ensalmos, ritos lustrales, humaredas, amuletos líticos, estruendo de esquilones o tañido de campanas.
La aprehensión de las fuerzas positivas en esquemas y símbolos mágicos como forma propiciatoria o de protección, es una constante a lo largo de la historia. Dejando a un lado implicaciones meramente estéticas, es en este contexto donde debemos enmarcar algunas manifestaciones del arte popular asturiano que utilizará, en muchos casos, motivos de gran antigüedad bien documentados en el Bronce Final y la Edad del Hierro europeos: algunos de tipo astral, cuyo exacto significado tan sólo podemos intuir (trisqueles, tetrasqueles, hexapétalas, círculos radiantes); zoomorfos (aves esquematizadas, serpientes, caballos); antropomorfos (cabezas humanas, guerreros); vegetales (entre los que destacamos el ramo de tejo), seriaciones de motivos geométricos, etc. En otras ocasiones se recurrirá a fórmulas concretas de la religión cristiana, con un significado preciso: cruces en todas sus formas, cálices y otras representaciones místicas, e invocaciones religiosas, que labradas en el dintel de la casa, en aguilones y ventanas, en el arca, en el hórreo, o dibujadas en los cencerros y en los cuernos de las vacas, actuarán de guardianes contra el mal.
La funcionalidad simbólica del arte popular asturiano,
la voluntad pues de incidir sobre la realidad, se hace patente en la sustitución
o simultaneidad de aquellos motivos más antiguos, con los propios
de la religión cristiana, cuyo significado conocemos bien. La figura
de un tetrasquel inscrito en un círculo que emite rayos, surgiendo
a su vez de un gran cáliz, presente en una panera del occidente asturiano,
uniendo de esta manera símbolos solares con la figura de la hostia
consagrada, nos muestra la capacidad de sincretismo del arte popular, a
la vez que refuerza el caracter simbólico de sus manifestaciones