Tras la derrota de los godos por los musulmanes en la batalla de Guadalete en el año 711, éstos invaden la Península Ibérica, sin encontrar gran oposición por parte de una sociedad como la visigoda con estructuras decadentes, rota en clases y ya sumergida en un proceso de feudalización. Sin embargo, esta oposición sí se da entre musulmanes y ástures, oposición que ya se manifestara contra los visigodos y contra los romanos, y como expresaban los profesores Barbero y Vigil "respondía a una profunda oposición entre sus respectivas organizaciones sociales". A pesar de la influencia de Roma en el territorio de la Asturia transmontana, se mantuvieron largo tiempo formas sociales gentilicias, sin grandes latifundios ni rupturas sociales. Además, la desarticulación del sistema administrativo tardorromano, estimulado por las invasiones germánicas, favoreció la autonomía de los ástures, y de otros pueblos norteños, alcanzando a ser ésta una auténtica independencia práctica. También sus formas sociales tradicionales, de carácter gentilicio, se vieron favorecidas. En esta sociedad, con evidentes huellas de arcaismo, la población era mayoritariamente libre y sin campesinos reducidos a la servidumbre, y todavía no había alcanzado una estructura política con carácter estatal. En este contexto tiene lugar la batalla de Cuadonga en el año 718, hecho oscurecido en una grandilocuencia mitificadora, y la elección de Pelayo -probable jefe local astur, según las últimas investigaciones- como princeps en una asamblea de jefes tribales -duces- en las estribaciones del monte Auseva. Éste hecho bélico marca el inicio de la Monarquía asturiana con la instalación de la corte en Cangues d'Onís. La consolidación del reino viene marcada por el traslado de la corte a Santianes de Pravia -probablemente la antigua Flavionavia, en los márgenes del río Nalón-, y después a Uviéu, la definitiva capital. Distintas coyunturas favorables permitieron la expansión territorial del Reino a l'actual Galicia, y también al Este y al Sur, así como la elaboración de políticas tendentes a su consolidación. La Monarquía asturiana se nos presenta como un proceso de evolución política que desde una jefatura militar alcanza a cristalizar en un reino de carácter feudal. Durante los casi dos siglos que dura la monarquía asturiana, los diferentes soberanos desarrollan estrategias tendentes a la consolidación política de su Estado independiente.
Asi tenemos creaciones artísticas como el Arte Prerrománico Asturiano, verdadero arte aúlico, enmarcado en un proceso de fundaciones regias para dar prestigio y presencia al poder real asturiano; o el descubrimiento en tiempos de Alfonso II (791-842) del hipotético sepulcro del Apóstol Santiago en Compostela, hecho de profunda transcendencia política y cultural que se explica por las necesidades políticas del Reino asturiano en ese momento histórico; o la polémica que contra el obispo toledano Elipando y sus tesis adopcionistas mantiene Beato de Liébana, defendiendo la ortodoxia y la independencia de la Iglesia asturiana frente a la Iglesia mozárabe hispánica.
A la vez, se va profundizando el proceso de feudalización de la sociedad del Reino asturiano y consolidándose una clase dirigente señorial y eclesiástica que va elaborando el ideal goticista -en el que intervinieron activamente mozárabes emigrados de Al-Andalus- como justificación idelógica de su dominación y que se refleja de forma contradictoria en las crónicas escritas en tiempos del rey Alfonso III (866-911), último soberano que tiene su sede en tierras asturianas. A la muerte del rey Magno, su hijo, Ordoño II, hace real el traslado de la corte a León, explicable por la expansión y consolidación territorial y la cir- cunstancia de que otra base social y en otro estadío de evolución es la base de la estructura política de la Monarquía desde la extensión del ideal y programa goticista. Desde entonces, Asturias queda atrás, alejada y ajena a las fuentes de poder y decisión que anteriormente le habían sido propias. La sociedad asturiana sigue evolucionando dentro del general proceso del feudalismo occidental, aunque más bien impermeable a aspectos superestructurales goticistas.