A finales del siglo I B.P. (años 29 al 19), después de dos siglos de presencia en la Península Ibérica, Roma emprende una campaña militar en toda regla contra los ástures y los cántabros, las dos naciones que aún mantenían una independencia efectiva. Los ástures, al decir de los historiadores romanos (Tito Livio, Floro, Dión Casio, Orosio), bajaron de sus nevadas montañas con un gran ejército y una estrategia muy preparada, dividiéndose en tres grupos para atacar los tres campamentos romanos del río Astura (Esla), siendo traicionados por los brigaecinos, que mandarían al traste sus planes, sufriendo una derrota aun a costa de grandes pérdidas romanas. Después se volverían a enfrentar en la civitas de Lancia, siendo nuevamente derrotados tras una feroz resistencia.
El precio de la paz les costaría excavar esforzadamente la tierra para pagar sus tributos a Roma, cuando no la leva masiva de su juventud como tropas auxiliares del ejército imperial. Bajo el Imperium se va a producir una explotación generalizada de los recursos humanos y naturales (sobre todo en la minería) y una acultúración que, sin hacer desaparecer su identidad como ástures, sí va a modificarla sustancialmente (lengua, religión, economía).
En el siglo V, durante las invasiones germánicas, habrá un asentamiento temporal en Asturias de Vándalos Asdingos, que después se trasladarán a la Bética (Andalucía). A lo largo del siglo VI se produce la llegada de grupos de bretones huidos de Gran Bretaña que fundarán el Obispado de Bretonia, del que según fuentes altomedievales es heredero el Obispado de Uviéu.
Tras las invasiones del siglo V, las luchas por la independencia de ástures y ruccones (luggones) se intensifican hasta que el rey godo Wamba (672-681) acaba sojuzgándolos e integrándolos en una nueva provincia.