***************************************************************************** Títulu: Al pie de la letra (El Progreso de Asturias, 20 d’avientu del 1920) Autor: Pachín de Melás Fonte: Testos en Llingua Asturiana N’el Progreso de Asturias de La Habana Orixinal: http://books.google.es/books?id=YG7iIOjbbd0C&pg=PA9&dq=Asturianu&hl=es&sa=X&ei=T03NU7DtE8it0QX52YDYDQ&ved=0CDgQ6AEwBTgo#v=onepage&q=Asturianu&f=false ***************************************************************************** Pues señor… en esto de médicos, curanderos, curiosos, camperos y demás amigos que por afición o profesión se encargan de hacernos felices quitándonos dolores y lláceres en esta bendita tierra astur, se puede meter mano lo mismo que en cesta de prunos y sacar a relucir más de un sucedido que nos haga sonreir un momentos ya que el humorismo asturiano es rico en casos y la frease marrullera, la sentencia ladina brota espontánea sin el aquel de hacer reir y menos aún pasar por gracioso como por desgracia pretenden algunos y caen en ridículo. Hace unos días publiqué un cuento médico que me relató mi querido amigo, el culto doctor de Sama de Langreo, don Gumersindo del Valle, y hoy soy reicidente con otro que llegó a mis oídos en una agradable tertulia, asegurando el narrador –como siempre– que era más verdad que el sol que nos alumbra. Diréia que siempre quiero echar el muerto a otro, ya que nunca deseo la paternidad de los cuentos que relato… No es eso, no. Es que… vamos… cuando me llegue el caso de responder de mis culpas, que caigan sobre mi todas las panas por todos los delitos menos por la de embustero. ¡Qué voy a hacer! Es una debilidad como otra cualquiera. [...] El caso fué en un pueblecito denominado Vioño. Una noche de crudo invierno, tempestuosa, con agua a cántaros y viento horrible, dormía calentito en su mullido lecho, un honorable médico que ejercía su profesión en el citado lugarejo asturiano. Cuando más tranquilo se encontraba sin pensar en que nadie pudiera turbar su sueño, unos terribles golpes dados a la puerta de la casa, le hacen despertar sobresaltado. Fueron tan repetidos y fuertes los aldabonazos, que le hicieron dalta de la cama y con lo que buenamente pudo vestirse, bajar a abrir la puerta. Tan pronto lo hizo, entra como un torbellino un aldeano pingando de pies a cabeza. –Señor médicu –exclama todo nervisioso– Pepón el de Quintana el Lloreu, ta moriendo. –¿Qué me dices? –Lo mesmo qu’ oye. –¡Qué le pasa, hombre! –Non sé. Tanta fartura pilló al mediu día, que los güeyos echeni fueu, el rostro de la cara, tienlu hinchau; non ia pie ni mano. Na, que muerre d’ afechu. –¡No le distéis nada! –Sí, señor. Una purga; pero como si na. –Bueno, hombre. Con esta noche imposible ir tan lejos… en cuanto amanezca que ya no tarda allá voy… –Entós, ¿vamos dexalu ansí? –Alguna mujer curiosa habrá por allí que le haga algo mientras llego, que le dé un sangría… –¿Una sangría diz? –Sí, cualquier cosa para aliviarlo. –Güeno. Voy pal la corriendo, pero non tarde ¿eh? –No, hombre hasta luego. Fuése el paisano para Quinta el Lloreu y el médico a la cama a esperar que amaneciera. A decir verdad, no pudo conciliar el sueño pensando en la gravedad del paciente. Apenas clarecía el día, cuando el pacienzudo galeno salió de su casa y chapoteando entre el barro viscoso, caminaba por callejas, cruzaba prados, brincaba saltaderas en dirección a la casa de Pepón. Dada la gravedad que del estado del enfermo le impuso el paisano, suponía que llegaría tarde y ya le pesaba no haber acudido cuando le llamaron mediada la noche. Más le atemorizó aún, el silencio que reinaba cuando llegó a la casa. Se detiene indeciso frente a la portiella y tras un momento de duda se decide a entrar. Recíbele una mujer, quien al verle le dice: –¡Ya viente! Esta pregunta le hizo pensar: “Vaya, llegué tarde; ya me lo presumía”. Toma valor y pregunta: –¿Cómo está Pepón? –¿Pepón? Pos… está cavando. –¡Vaya por Dios! ¡Está ‘cabando! Entonces no entro entro. Ya no hago nada. –No, entre, no –responde con toda tranquilidad la mujer– ¿Pa qué? –Bueno –dice resignado el galeno– salud para en comendarlo a Dios. –¿Qué diz, señor médicu? –¿Pero no dice que Pepón está ‘cabando? –Sí señor. Ta cavando ahí, n’ el güerto del secano. –¡María Santísima! Entonces qué le dieron ustedes. –¿Qué i dimos? Pos lo que usted mandó, una sangría. –Y con tanta sangre como habrá perdido, ¿está cavando? –¡Qué perder sangre, señor! Al contrario, metiila. –¿Pero no le dieron una sangría? -Sí señor. Una sangría de botella de vino, tinto, un cuartillu de agua y dos esponjaos y Pepón quedó sano como un coral.